LA LUCHA POR CONSERVAR LA DEMOCRACIA Y CONQUISTAR LA PROSPERIDAD
Carlos Alberto Montaner
Conferencia pronunciada en
San Salvador, 1 de marzo de 2004.

Gracias a los generosos organizadores de este evento y muy especialmente a la Asociación Nacional de la Empresa Privada (ANEP. El tema sobre el que se me ha pedido que reflexione en voz alta es amplio y complejo, pero intentaré resumirlo.
En general, en los pueblos de nuestra cultura se observan dos tipos de enfrentamientos: países en los que se lucha por un cambio de gobierno, y países en los que se lucha por un cambio de régimen. En Chile, Costa Rica, México, Honduras ―por ejemplo―, la alternativa que se les ofrece a los electores es entre opciones de la misma familia democrática, aunque puedan estar más o menos a la izquierda. Lo que en ellos se discute es un cambio de gobierno, no de régimen.
Estos países no tienen que ser ricos. Honduras es uno de los países más pobres de América y, no obstante, no existen propuestas políticas ajenas al sistema con suficiente respaldo popular. Eso no quiere decir que en el futuro no puedan surgir. Claro que pueden surgir. Bastaría la conjunción entre un “líder carismático”, una crisis aguda y una quiebra de las instituciones.
Veamos ahora algunos casos de naciones en las que en las elecciones se discute un cambio de régimen. En Nicaragua, Ecuador, Bolivia o El Salvador, incluso en Uruguay, el camino se bifurca en dos direcciones divergentes: lo que está en juego es un cambio de régimen, de modo de vida, de forma de entender las relaciones entre la sociedad y el Estado.
En general, los países en los que con cada cita electoral entra en juego el modelo de Estado son, por definición, inestables, y eso conlleva un alto costo económico. No quiere esto decir que la prosperidad de las naciones sólo depende de estabilidad, pero no hay duda de que se trata de un componente muy importante.
¿Por qué hay países en los que se producen estas radicales diferencias? Sin duda, porque en ellos hay una parte sustancial de la clase dirigente que tiene unas ideas muy diferentes sobre el modo en que deben organizarse la sociedad civil y el Estado, y el modo en que estos dos elementos deben relacionarse.
Como regla general, en los países inestables compiten por el poder dos grandes visiones económicas, históricas y jurídicas: la democrática/liberal/capitalista y la socialista/autoritaria/colectivista. La experiencia del siglo XX debió darles totalmente la razón a los primeros, pero el socialismo autoritario colectivista es una superstición muy difícil de desterrar de la conciencia política de muchas personas.
La exitosa experiencia de la democracia liberal, sumada a la economía de mercado, es lo que ha moldeado el brillante perfil de las veinte naciones más prósperas del mundo. Desde USA y Canadá hasta Holanda y Dinamarca, pasando por España o Irlanda. En cambio, veinte de las naciones más desdichadas del planeta se acogieron a distintas variantes del socialismo autoritario colectivista: la Albania comunista, Cuba y Corea del Norte son claros ejemplos. También los desastrosos casos del socialismo africano, como ocurriera en Tanzania.
El periodo de guerra fría nos dio una gran oportunidad de comparar los resultados entre la economía de mercado y la economía dominada por el Estado: ahí están las dos coreas o las dos alemanias para saber qué sucedía cuando el mismo pueblo se desempeñaba en dos modelos diferentes.
¿Cuál es la diferencia esencial entre estas formas divergentes de entender la organización de la convivencia? En realidad son dos y están muy vinculadas. Primero, el papel de la libertad individual y, segundo las relaciones de autoridad entre la sociedad y el Estado.
En el modelo liberal democrático capitalista existe la propiedad privada, y la persona puede elegir el tipo de vida que mejor se adapta a sus valores y creencias. La persona lucha por lograr una mejor forma de vida y con su esfuerzo se supera y contribuye al bienestar de la comunidad.
En ese modelo liberal democrático capitalista, además, se construye un modelo jurídico en el que se establecen con precisión los límites del Estado frente al individuo y se reconocen derechos individuales imprescriptibles e inalienables: son los llamados derechos naturales.
Pero ahí no termina el asunto: simultáneamente, se establece un principio fundamental: en el modelo democrático liberal capitalista el individuo puede hacer todo lo que explícitamente no le prohíba la ley, mientras que el gobierno sólo puede llevar a cabo lo que explícitamente le indica la ley que haga. Es así como funciona un verdadero Estado de Derecho.
En ese Estado de Derecho, las leyes que se dicten tienen que fundarse en principios abstractos y no beneficiar o perjudicar a personas o grupos específicos. No se debe, por ejemplo, privilegiar a los empresarios o a los proletarios.
O sea: en las naciones más exitosas del planeta el Estado está al servicio de las personas y el gobierno debe limitarse a administrar ese Estado de acuerdo con los lineamientos y directrices libremente dictados por las personas. Es un modelo de convivencia dirigido por ciudadanos.
En el modelo democrático liberal capitalista las personas mandan desde la sociedad civil y los gobernantes obedecen: los funcionarios y los políticos electos son servidores públicos.
En el modelo socialista autoritario colectivista, en nombre del Estado mandan quienes ocupan el gobierno, y las personas obedecen. Este último es un modelo de súbditos. En él no existen derechos naturales que protegen a los individuos de los posibles atropellos del Estado. Por eso, en todas sus constituciones los derechos de las personas se subordinan a los fines del Estado socialista definidos por el partido que gobierna, supuestamente en nombre y para beneficio de la mayoría.
Y esto nos lleva de la mano a algunos rasgos principales que definen a uno u otro modelo de organización de la convivencia: quienes creemos en el modelo liberal democrático capitalista no sabemos ni queremos saber la fórmula que les traerá la felicidad a las personas. Humildemente, nos limitamos a proponer instituciones para que cada persona y cada generación defina y procure libremente su camino hacia la felicidad con la menor interferencia posible.
Quienes militan en el socialismo autoritario colectivista, sin embargo, lo saben todo: saben cómo funciona la historia y hacia dónde se dirige la humanidad. Saben qué es lo que debe saber y hacer cada persona para adaptarse a ese minucioso plan que nos conducirá a un futuro rutilante. Saben, incluso, lo que cada persona debe producir y consumir.
Como estos sabios personajes lo conocen o adivinan todo, padecen de lo que un notorio pensador llamaba “la fatal arrogancia”. ¿Por qué ‘fatal’? Porque son esas certezas inapelables las que los llevan a justificar toda clase de crímenes. Si uno sabe dónde está el paraíso y cómo llegar a él, es lógico que piense que debe eliminarse a todo aquel que se oponga a ese maravilloso destino. Es de ahí de donde emerge la terrible ética de los fines. Todo está justificado si los fines son correctos.
Cuando Lenin, en el año 1919, da órdenes a sus camaradas en los confines de la naciente URSS, para que ‘eliminen inocentes’, de manera que todos se sientan inseguros y obedezcan al partido y al gobierno, está empleando una ética de fines: él sabe donde está el paraíso y hará pagar a sus compatriotas cualquier precio para llegar a ese destino. ¿Cómo horrorizarse ante el fusilamiento de personas inocentes si está en juego el futuro de la humanidad?
Por eso los ‘revolucionarios’ son capaces de secuestrar y pedir un rescate, o de asaltar bancos, o de poner una bomba en un cine: ¿qué importan esos pequeños sacrificios humanos si lo que se dirime es el destino maravilloso de la especie?.
Quienes defendemos el modelo democrático liberal capitalista, en cambio, no podemos renunciar a la ética de medios, precisamente porque carecemos de certezas y creemos en la libertad. Los medios que se emplean tienen que estar sujetos a la ley y ser justos y respetuosos de la dignidad de las personas. Los fines nunca justifican los medios que se emplean.
Sin embargo, hay una inquietante pregunta que emerge de la conducta de quienes defienden el modelo socialista autoritario colectivista: ¿no han visto ellos el horror que ha provocado esa manera totalitaria de organizar la convivencia? ¿No han visto a dónde nos condujo el socialismo de derecha de los fascistas o el socialismo de izquierda de los comunistas?.
¿Por qué esa indiferencia ante la realidad? Porque la ideología funciona como un poderoso estupefaciente. Ellos no ven ni oyen. Son autistas políticos. Son inmunes a la experiencia y siempre pueden construir una coartada para explicar los fracasos.
La URSS fracasó, afirman, porque se alejó del marxismo y construyó un Estado burocrático. Europa del Este, la comunista, terminó hundida porque fue impuesta por el ejército rojo. La Cuba de Castro ha sido un desastre porque el embargo norteamericano ha impedido que se desarrollara. Siempre hay una excusa. Siempre aparece un pretexto que les permite decir que cuando ellos ocupen el poder, será diferente.
Eso es falso. Permítanme una pequeña anécdota personal. Hace aproximadamente una década me entrevisté en Moscú con Alexander Yakolev, un viejo teórico marxista, o ex marxista, asesor principal de Gorbachov durante el periodo de la perestroika.
Yakolev fue el teórico de la reforma del comunismo. Llegó al convencimiento de que el modelo preconizado por Marx e impuesto por Lenin podía ser modificado para superar al capitalismo. Para eso, propuso y convenció a Gorbachov, de que era necesario introducir la libertad con el objeto de analizar los inconvenientes del socialismo sin consecuencias. Ese era el concepto de la glasnost o transparencia. Naturalmente, cuando los rusos pudieron expresarse con libertad, el sistema se desplomó.
En fin, cuando me reuní con Yakolev, por cierto, en el despacho que había sido de Suslov, el gran cancerbero de la ortodoxia estalinista, ya había desaparecido la URSS y el partido comunista había sido disuelto.
Tras su interesantísimo recuento sobre cómo había aleccionado y persuadido a Gorbachov, le hice la pregunta de rigor: ¿por qué usted y Gorbachov fracasaron y no pudieron reformar el sistema comunista? Yakolev, héroe de la II Guerra y hombre notablemente agudo, pensó durante unos instantes y, tras exhalar una especie de suspiro, resumió su conclusión en una frase pronunciada con cierta melancolía: “porque el comunismo no se adapta a la naturaleza humana”.
Ése exactamente es el problema: es una ideología contraria a la psicología de las personas. Y como no se adapta a la naturaleza humana, quienes tratan de implantarla siempre terminan por crear campos de concentración. Siempre acaban exterminando a quienes se oponen a sus peregrinas elucubraciones. Los camaradas, invariablemente comienzan, emocionados, cantando ‘La Internacional’, convencidos de que van a crear un mundo mejor, y acaban alambrando los gulags para encarcelar a los prisioneros políticos que no fueron fusilados ante el paredón por no compartir sus hermosas intenciones.
Esta afirmación, no obstante, quedaría muy incompleta si no se agrega una reflexión sobre la capacidad de seducción de las propuestas del socialismo autoritario colectivista: si evidentemente ese modelo ha sido un fracaso total y cruel cada vez que se ha puesto en práctica, ¿por qué conserva su capacidad de seducción en capas sustanciales de la sociedad?.
Lógicamente, en nuestras sociedades hay un número notable de personas muy pobres y carentes de educación que no creen encontrar respuestas a sus infinitos problemas en el modelo de sociedad democrática liberal capitalista.
Cuando esas personas escuchan el mensaje de la lucha de clases, cuando les predican que ellos son pobres porque unas personas desalmadas se han apropiado de lo que a ellos les pertenece, es posible que acaben creyendo que el origen de sus infortunios está en la mala distribución de la riqueza y no en la torpe creación de la riqueza, que es lo que realmente sucede.
Cuando a esas personas, además, se les dice, una y otra vez, que sus desdichas son provocadas por la ilimitada codicia de unos extranjeros desaprensivos que desde los centros imperialistas los condenan a ocupar posiciones pobres y subordinadas a los poderes internacionales ―la cacareada “Teoría de la dependencia”―, es previsible que esas personas desarrollen un odio invencible contra quienes, supuestamente, han determinado que ellos sean eternamente miserables.
O sea, el socialismo autoritario colectivista mantiene y disemina un discurso victimista muy eficaz para complacer y conquistar el corazón de las personas necesitadas.
Y, mientras ellos repiten hasta el agotamiento sus falsos pero emocionalmente contundentes argumentos, prometiendo una revolución mágica e instantánea que llevará súbitamente la prosperidad al pueblo, el discurso de los demócratas liberales capitalistas apela a la razón, niega rotundamente la validez de la lucha de clases y propone un camino menos atractivo y muy distinto para salir de la pobreza: la sujeción a la ley, el respeto por la propiedad privada, la responsabilidad individual y colectiva, el trabajo, la acumulación de capital, la inversión y la colaboración internacional.
Es así, sin ningún glamour revolucionario, como las veinte naciones más prósperas del mundo han conseguido despegar. No es enfrentando capital y trabajo como si fueran fuerzas antitéticas, sino complementándose. No es oponiéndose a los grandes consorcios económicos internacionales o a las democracias poderosas, sino atrayéndolos y cooperando con ellos.
Naturalmente, se trata de un largo y laborioso proceso exento de emociones fuertes, pero podemos estar seguros de que, si se persiste en la dirección correcta, una persona nacida en la pobreza en el curso de su vida puede experimentar un cambio radical y llegar a vivir en una sociedad en la que prevalezcan los niveles sociales medios.
Este es el caso de los famosos dragones de Asia. Este es el caso de España, que en 1959, cuando Castro llegó al poder, apenas tenía la mitad del per cápita de Cuba, y hoy, con 21 000 dólares de renta anual, tiene diez veces el per cápita de Cuba. Este es el caso de Chile, que con más de 10 000 dólares de renta anual per cápita se ha convertido en el país más próspero de América Latina.
¿Hay algo que podemos aprender de casos como el de España y Chile? Por supuesto, podemos aprender dos lecciones fundamentales. La primera, es que los países de nuestra cultura pueden dar el salto a la modernidad, el desarrollo y el progreso. No hay nada que lo impida. La segunda, es que para que eso suceda es vital que la clase dirigente elimine de su horizonte político las peligrosas fantasías de los socialistas autoritarios colectivistas.
En 1982, cuando los socialistas españoles, dirigidos por Felipe González, llegaron al poder, heredaban un modelo económico que desde 1959 se basaba en el mercado, la apertura externa e interna y el respeto de las normas básicas del capitalismo moderno, y ese modelo había tenido éxito.
González, que provenía del antifranquismo, no trató de derribar el sistema, sino de perfeccionarlo. Tres años antes, en 1979, en un congreso del partido socialista, él y su agrupación política habían renunciado pública y sinceramente al marxismo y a toda esa peligrosa y equivocada manera de entender las relaciones humanas.
En el caso de Chile sucedió algo parecido. En 1990, cuando llega la democracia a Chile, el presidente Patricio Aylwin recibe una economía pujante, con tasas de crecimiento anual de hasta un 8 por ciento. Su partido demócrata cristiano ha sido tradicionalmente dirigista e intervencionista, pero la evidencia demostraba que el modelo liberal era mucho más eficiente, y Aylwin mantuvo exitosa y resueltamente el rumbo económico iniciado durante el pinochetismo.
Con el socialista Ricardo Lagos sucede lo mismo, pero debe agregarse un dato que hace el ejemplo aún más interesante: por factores internacionales que escapan a su control, Chile ha pasado por ciclos recesivos y la tentación de renunciar al modelo a veces ha sido enorme, pero Lagos ha resistido firmemente esas presiones, actitud que ha transmitido una señal muy poderosa de seriedad y rigor a los mercados y a los centros financieros internacionales.
A donde quiero llegar es a este punto: los países que realmente despegan son aquellos en los que la clase dirigente, a la izquierda y a la derecha del espectro político, comparten una visión parecida sobre el desarrollo y el modelo de sociedad. Son países en los que las urnas son urnas y no ruletas rusas en las que las personas se juegan la vida cuando cambia el gobierno.
¿Cuáles son las diferencias esenciales entre Margaret Thatcher y Tony Blair? Tal vez, que Tony Blair ha podido hacer ciertas reformas en el sistema de seguridad social que Margaret Thatcher no hubiera podido llevar a cabo sin gran oposición de los sindicatos. ¿Qué propone el socialista de Rodríguez Zapatero en las inminentes elecciones españolas? Propone rebajar los impuestos a las personas y a las empresas.
Regresemos al caso de El Salvador. Ustedes están próximos a unas elecciones en las que está en juego el destino del país. No compiten dos partidos de la misma familia democrática, como son los laboristas y los conservadores británicos, o los socialistas y los populares españoles. Compiten dos formas antagónicas de entender la función del Estado, el papel de la sociedad y el rol del país en el plano internacional.
Aquí se enfrentan el modelo democrático liberal capitalista y el modelo socialista autoritario colectivista. Aquí se enfrentan quienes creen que la libertad es un bien irrenunciable, y quienes creen que la libertad se puede y debe sacrificar en aras de la construcción de sociedades igualitarias dirigidas desde la cúspide del gobierno.
Naturalmente, hay que hacer un notable esfuerzo por derrotar limpiamente a esas fuerzas políticas refractarias al progreso y al bienestar del pueblo. Pero hay que hacer mucho más que eso.
Hay que mejorar progresivamente la calidad de vida de los salvadoreños, especialmente de los salvadoreños más necesitados. Primero, porque es lo justo, y, segundo, para que a corto o medio plazo cada ejercicio democrático, cada elección en que se participa, no sea como saltar de un trapecio a otro sin una red protectora.
Si ya sabemos que las sociedades prósperas y estables son aquellas en las que los candidatos no pueden proponer insensateces, hay que diseminar la información correcta para que los salvadoreños queden permanentemente protegidos contra la obra destructora de los charlatanes.
Tengo cierta experiencia en el tema. Vengo de un país que hace 45 años recibió con aplausos a un salvador de la patria. Era un socialista autoritario colectivista, pero muy poca gente se dio cuenta del inmenso peligro que eso entrañaba. Yo era entonces un chiquillo de quince años que aplaudía a rabiar ese experimento revolucionario. Tres años más tarde ya estaba exiliado. Mi país pagó su error, su ingenuidad y su ignorancia con miles de fusilados, decenas de miles de presos políticos y dos millones de desterrados y una economía en ruinas.
No dejen nunca que les suceda una catástrofe de esa naturaleza. Luchen por conservar la democracia. Luchen por expandir la riqueza para que llegue a todos los hogares. Luchen para que no haya un analfabeto ni un niño desnutrido o sin escuela. Luchen para que no quede ni una persona desempleada. Luchen por dejar sin argumentos ni pretextos a los enemigos de la libertad. Construyan un país en el que sientan orgullo de vivir y criar a sus hijos. Créanme que el dolor de perder la patria no se cura nunca.

Comentarios

Anónimo dijo…
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